miércoles, 11 de julio de 2012

Por noches así... [cita] (interludio)

Es la hora de comer de un día cualquiera. Espera, no es un día cualquiera porque esta noche es especial: tengo otra cita. Y por eso, a la hora de comer del día de esa noche (esto es una especie de guiño al "Hard Day's Night de los Beatles) no tengo hambre. El caso es que mucho antes de que llegue la cita los nervios hacen mella en mi rutina básica. Así que como sin ganas y no puedo pensar en otra cosa que no tenga relación con lo que pasará en pocas horas. Lo que pasará cuando me encuentre con ella.

Empiezo a prepararme. Espero no olvidar nada, aunque siempre se tiene esa sensación de que "me dejo algo...". Todo listo? Me ducho y paso demasiado tiempo delante del armario, escogiendo qué me pondré. "Camisa o camiseta? Tipo de calzado? Qué pantalón?", Quiero darle una buena impresión. Ay! ese conflicto eterno, compromiso entre "quiero ser yo mismo pero quiero quedar bien", malditas convenciones sociales... Qué hora es? Voy a llegar tarde otra vez? Aghh, esto es estresante (y estupendo al mismo tiempo).

Creo que estoy listo. Cojo el coche y me voy. Por el camino imagino como puede ser esta noche. Siempre es diferente, una nueva situación, pero siempre es igual: no importa cómo me encuentre yo, porque lo que haga dependerá de ella. ¿Estará animada? ¿Se mostrará receptiva o pasará de mí? Porque lo que haga yo desde el instante en que la vea estará condicionado a la actitud que ella tenga. Y yo estaré mejor o peor en función de si la veo disfrutando o no. Un círculo vicioso. Y estoy ilusionado, y tengo ganas de estar frente a ella, y a la vez no quiero que llegue el momento, porque cuando llegue, y cuando pase, se habrá acabado, y no estaré seguro de cuándo se repetirá. Otro círculo vicioso.

Llego antes que ella así que ultimo los preparativos. Me lavo las manos. Me miro en el espejo y me digo: va a ser una gran noche. Y se acerca el momento en el que nuestras miradas van a cruzarse por primera vez, otra vez. Estos minutos previos tienen un sabor especial. Entre nosotros sólo se interpone una puerta, a veces incluso ni eso, sólo una cortina. Y una vez cruzada no hay vuelta atrás. Me siento fuerte, me siento débil. Desde aquí es posible que incluso oiga su voz. Pero ha llegado la hora: pongo mis pies en el escenario, me cuelgo la guitarra, me giro y la veo: ahí está ella, la audiencia, y es hora de rockandrollear!

Continuará...


Si quieres leer la primera parte de esta particular trilogía, pincha aquí.

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