A los 15-16 años (tarde, tardísimo) empecé a interesarme por la música. Empecé a escuchar las cintas de mi padre,
The Beatles, sobretodo. Me compré el cassette de
Roxette Tourism y empecé a intercambiar cintas con la gente del “cole”, recopilatorios de canciones del momento, bandas sonoras, cintas de los grupos de “pop-rock català” exitosos de esa época...
Empecé además a tocar un poco la guitarra. Mi padre (dondequiera que estés, te agradeceré tu influencia eternamente) me enseñó los acordes y empecé a aporrear su guitarra acústica. Pero la cejilla del Fa y el Si pudo conmigo y la dejé abandonada (estuvo así cerca de un año). Bueno, aparcada, pero yo eso no lo sabía...
Tiempo después, en una excursión, dos de mis muy mejores amigos (Dani y Jordi, seguro que no os acordáis) me dejaron un walkman con una vieja cinta, regrabada y gastada, con una música que no me sonaba de nada, y que además era de un grupo “viejo”, con un nombre difícil de pronunciar. Encima, no era para nada
easy listening: eran canciones largas, que no seguían la radio fórmula a la que estaba acostumbrado. Extensas estrofas, estructuras musicales elaboradas, pasajes instrumentales no repetitivos y estribillos que no parecían estribillos. Mi primer pensamiento fue “¿y esto les gusta tanto? Pero si casi es aburrido!”, pero había algo más: esa música tenía algo que hipnotizaba, algo que despertó en mí un deseo de aprehenderla (sí,
aprehender, con h intercalada), mi corazón (porque la música se oye con el corazón, no con el oído. Y si no entiendes esto, sal de mi blog y no vuelvas, porque no me vas a entender en la vida), mi corazón quería comprenderla, conocerla y sumirse en ella. Con una mezcla de sorpresa, escepticismo, extrañeza y sensación de descubrimiento vital les pregunté que qué era “eso”. Estaba escuchando el
Making Movies, de los
Dire Straits.
Después oí sus éxitos (que sí me sonaba alguno) y entre ellos el
Sultans of Swing, una verdadera maravilla. Mi primo Toni me dejó el cassette recopilatorio
Money for Nothing. Me lo grabé y quedé embobado con el
Down to the Waterline y compañía. Para mi 17 cumpleaños, mi hermano Carlos me regaló mi ¿primer? CD, el directo
On the Night. Abrumador, explosivo. Temas de 6, 7, 10 minutos! Ambientes instrumentales únicos, solos de guitarra cargados de sentimiento, y con la energía y fuerza de un concierto en directo. Ese álbum finaliza con
Brothers in Arms, una p~#a obra maestra, una canción que al oírla en directo se convirtió en mi tema musical favorito del mundo mundial para siempre jamás.
Y fue ahí. Ahí es cuando dije “joder, yo quiero poder tocar esto”. La fabulosa música de
Mark Knopfler, su técnica, su sensibilidad y su fuerza. Yo quería tocar
eso. Cogí la guitarra y no paré de tocar hasta que pude hacer los dichosos Fa y Si. (Bueno, en realidad no he parado aún... Y espero no parar nunca, porque es mi Pasión y sé que el día que no pueda morirá una parte de mí). Un par de meses más tarde, al acabar el curso del 1994, mi padre me compró mi primera eléctrica. Una Fender Stratocaster Mexicana que terminó siendo bautizada como “
Guadalupe”.
Luego, por supuesto, caería con el tiempo toda la discografía de esa mítica banda y de Él en solitario. Álbum a álbum, de estudio, directos, el grandioso Alchemy, fueron multiplicando mi afición por esta banda... cada uno una joya a descubrir, lleno de esos temas que creó ese genio escocés de ascendencia judía.
Y ha habido más grupos, más estilos, más guitarristas, montones de temas que he tocado en un momento u otro con la guitarra. Infinidad de tardes con los CDs en el reproductor mientras yo tocaba, imitaba, improvisava, con la música de fondo. Pero la magia de poner un CD de los Dire Straits, será por siempre única.
Decía al principio que empecé tarde a interesarme por la música. Pues sí, tarde, porque si hubiera entrado antes en el mundo del intercambio de cintas (entonces era un mundo, no tan fácil pero sí más “auténtico” y personal que el intercambio de mp3), si hubiera descubierto antes a los Dire Straits... habría llegado a tiempo de verles en directo en su última gira, allá en el 1992-93. He visto a Knopfler muchas veces en directo, pero nunca a los Dire Straits. Esa es la espina que tendré siempre clavada.
Y por noches así, por noches como la del
On the Night, como la de Nimes del 29 de Septiembre del 1992, es por la que toco la guitarra, y por la que toco (o lo intento) la maravillosa música de
Knopfler y sus
Dire Straits. Y aunque no llegué a verles en directo, al menos puedo rendirles tributo en los
Angels of Mercy.
Continuará...